sábado, 5 de febrero de 2011

LA HERENCIA DE LIONEL(párrafos)

El móvil no paraba de sonar, repetía una y otra vez la misma melodía. Patricia intentaba sacarlo del bolsillo sin dejar de correr, pero era imposible. Su perra, Triska, saltaba a su alrededor ladrando alborozada. Cuando al fin descolgó, la llamada se había interrumpido. Era un número desconocido.
─Vaya, hombre ¿por qué siempre cuelgan cuando vas a coger?
Eran las siete de la mañana de un precioso domingo de abril, el cielo estaba despejado y prometía un día soleado. Pero esa llamada le había fastidiado, ya no podía evitar preocuparse, pensar quién podría ser y qué querría. Decidió que lo mejor era regresar a casa y darse una ducha, pero sin previo aviso el cielo se cubrió de nubes y antes de que pudieran darse cuenta empezaron a caer las primeras gotas. En cuestión de minutos las dos estaban caladas.
Justo cuando metía la llave en la cerradura volvió a sonar el móvil, ésta vez le dio tiempo a descolgar; una agradable voz al otro lado de la línea le explicó amablemente que su hermano Vincent, el que ella recordaba como Vicente, había fallecido viudo y sin descendencia. Al parecer había recordado que tenía una hermana pequeña en algún lugar del mundo y la había incluido en su testamento, si bien debía ir en persona a la lectura del mismo.
Estaba empapada y de un humor de mil demonios, en ese momento le sentó fatal ser la heredera de su hermano. Pero ¿qué podía hacer? Enfadarse con él no le llevaría a ninguna parte. Decidió ducharse, preparar café y esperar la información que le enviarían por fax desde América. Luego ya vería.
Mientras se duchaba sopesó la situación y pensó que ya era hora de disfrutar de unas vacaciones, llevaba más de seis años dirigiendo Quite Women´s, una pequeña empresa de cosméticos con bastante prestigio de la cual le pertenecía la tercera parte; el resto se lo repartían Susi, jefa de marketing y Naia, encargada del laboratorio. Sus socias entenderían que se fuera diez o doce días a California para arreglar sus asuntos personales. Echaría un vistazo a la hacienda de su hermano, dejaría un administrador de las fincas que le mantuviera informada, zanjaría el asunto y volvería a casa.
─¿Ves qué fácil? ─dijo, acariciando la cabeza de Triska de forma distraída.
Reservó, vía Internet, dos billetes de avión a Los Ángeles. Luego llamó a su amiga Andrea.
─Te vienes conmigo a California ─le dijo.
─Me ha tocado el premio gordo, ¡eh! ─exclamó Andrea.
─Me vendrá bien tener una periodista loca a mi lado.
Andrea era una joven freelance de aspecto menudo, facciones aniñadas, grandes y vivos ojos marrón oscuro, sonrisa burlona y temperamento irreflexivo. Patricia la adoraba porque era un bálsamo para su pragmatismo, que a menudo se volvía exagerado.
─Sea lo que sea, me apunto. Pero que conste que me debes unas cuantas ─ contestó Andrea, divertida.
Patricia suspiró resignada y se despidió. Preparó su equipaje, llevó a Triska a casa de su padre y pidió un taxi.

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