Miró una vez más el reloj, no podía creer que llevase casi catorce horas sentado sin hacer otra cosa que esperar y dormitar a ratos; fuera, la tormenta de nieve continuaba sin parar reteniéndoles dentro del avión como rehenes del aburrimiento. Ya no tenía sueño, intentó leer un rato pero le distrajo la voz del piloto anunciando a través de los altavoces que esa noche ya no volarían. Aún así, tuvo que pasar más de una hora para que se les permitiera bajar a una Terminal atestada de gente en la que no había más opción que hacer cola durante horas frente a los mostradores si se quería conseguir algo, un nuevo billete, una habitación de hotel o un simple botellín de agua.
─Hugo Pineda. Aquí tiene su billete, señor. Que tenga un feliz vuelo.
La señorita del mostrador le ofreció su mejor sonrisa.
─Menos guasita ─contestó él.
─Se dio la vuelta sin mirar. Estaba ensimismado en sus pensamientos y chocó contra un joven que caminaba acelerado hacia el mostrador, el brusco encontronazo provocó que se les cayeran las maletas de mano. Hugo dio un respingo.
─Perdón ─se excusó el joven.
Hablaba con acento americano bastante cerrado arrastrando las erres; durante un momento se sintieron azorados, hasta que el joven se presentó.
─Fred Hayman.
─Lo siento, iba distraído. Hugo Pineda.
Se estrecharon las manos. Fred parecía simpático y Hugo se dejó llevar por la euforia de poder charlar con alguien en inglés, tenía muy pocas oportunidades de practicarlo con nativos. A Fred le entusiasmó poder hablar en su propio idioma. En poco tiempo se contaron lo suficiente para no ser unos absolutos desconocidos.
─Así que Eres de Bilbao y vas a Nueva York con una beca, ¿eh? Tiene gracia, Yo soy de Nueva York y he estado en Bilbao, también con una beca.
Fred sonreía con cara de chico malo.
─¿No será de arquitectura? ─Preguntó Hugo, sorprendido.
─No, que va. La mía es de arte, he estado en el Guggemhein bilbaíno, estoy investigando para mi tesis de grado, tal vez la haga sobre el museo. La titularé “Visión, Creación y Recreación, Pensamiento de Luz sobre planchas de Titanio.” O algo por el estilo.
─Creo que deberíamos descansar un rato, podemos sentarnos en uno de esos maravillosos sillones de diseño. Incomodísimos, por cierto ─propuso Hugo señalando la zona de espera de la Terminal.
─Si, vale. Vamos a dislocarnos la espalda.
Ambos rieron.
A Hugo se le hizo más corta la espera en compañía de su nuevo amigo, las horas de avión fueron también mucho más amenas; para cuando quiso darse cuenta ya estaban aterrizando en el aeropuerto JFK.
─¿Tienes reservado algún hotel? ─preguntó de pronto Fred.
─En realidad voy a vivir en la buhardilla de un amigo, me deja una litera mientras esté aquí. Verás, tengo dinero pero no quiero gastarlo, el ahorro es una cualidad en mi familia ─explicó Hugo.
─Yo voy a casa de mi tío cuando vengo a Nueva York, tiene un apartamentito en la parte norte de Manhattan. Oye, ¿por qué no te vienes conmigo? ─Al ver que su amigo estaba indeciso, insistió ─Venga hombre, no te lo pienses tanto; la verdad es que mi tío es un poco serio, pero mi prima es encantadora cuando no está delante su marido, que por cierto es lerdo. Además, hay sitio de sobra y si no, ya nos arreglaremos, podemos compartir habitación si te parece.
─Ahí está mi coche ─añadió.
A unos cuantos metros frente a ellos estaba aparcado un Buick Lucerne azul. Fred abrió el maletero y guardó su equipaje, luego cogió la bolsa de viaje de Hugo y la metió también.